Por Jay Litvin publicado en es.chabad.org

Es un día triste. Sharón y yo asistimos a nuestro primer funeral el viernes. Un muchacho de nuestra comunidad fue asesinado dentro del tanque de guerra que explotó. No lo conocíamos. Tampoco a su familia, pero debíamos ir.

Quienes lo conocieron estaban desconsolados. El lamento partía nuestros corazones.

Mi esposa comenzó a llorar. Sollozos y gritos surgieron de los distintos grupos de gente. Habló el Comandante de las Fuerzas de Infantería a cargo de la zona de Gaza. Dijo que el muchacho era un Korbán, sacrificio, para que el resto de la población pudiera vivir tranquilamente. Luego dirigió la palabra el Rabino del Ejército, y dijo que cuando un joven de 20 años da su vida por nosotros, debemos preguntarnos si nuestras vidas valen ese sacrificio.

El Rabino comenzó a cantar el tradicional Av HaRajamim. (Padre Misericordioso) Nadie podía contener el llanto. Los soldados lloraban, la madre lloraba a su hijo fallecido. Su padre también. Sus abuelos y amigos lloraban. Sus camaradas lloraban. Seguramente Di-s lloraba también. Luego hicieron el saludo a este joven soldado. Me pareció que la ceremonia transmitía fuerza. El último gesto de fuerza, dignidad y reconocimiento de bravura y auto-sacrificio.

Pero quizás el aspecto más emotivo de este funeral fue el sargento del pelotón, que miraba a sus jóvenes polluelos que estaban parados allí, bajo el sol israelí, rindiéndole honor a su amigo. En las películas, este tipo de sargentos de pelotón aparece siempre gritando y retando a sus reclutas; pero este sargento era como un padre judío que miraba y estaba atento a cada uno de sus soldados -muchacho o chica- para asegurarse que tengan algo para tomar, que tengan suficiente papel tissue par secar sus lágrimas, para proveer de una palabra de aliento y consuelo a sus jóvenes de sólo 19 o 20 años, que fueron sacudidos por la pérdida de un camarada que hasta ayer caminaba, reía y luchaba junto a ellos. Cada uno de los soldados está bajo la mirada protectora de su comandante que sabe lo preciosa que es la vida de cada judío, que reconoce que cada uno de estos soldados del Ejército Judío son jóvenes muchachos y chicas, hijos e hijas de amantes padres, hermanos y hermanas…

El Sábado de noche, escuchamos de una bomba que explotó en un Shopping. Dos adolescentes de 15 años fueron asesinados y decenas de jóvenes resultaron heridos.

Siento como si la guerra nos encierra. No hay lugar seguro. Siento la agonía en todas partes.

Pero… en medio de todo, la prueba de matemáticas de mi hijo y la actuación de mi hija en la escuela esta noche, siguen siendo prioridades. Mi señora y yo debemos resolver aún quién se lleva el auto hoy. Los gestos, las paradojas, las prioridades.

Sharon y yo decidimos dejar de quejarnos tanto sobre la vida en Israel. Nuestras quejas le quitarían valor a la pérdida de la vida de este muchacho. A toda la vida que se ha perdido…

(Nota de Editor:

Este artículo fue escrito hace unos años, pero refleja el dolor que todos sentimos frente al terrible ataque en Israel la semana pasada. Oremos para que se recuperen los heridos de este atentado terrorista y para que Di-s finalmente envié al Mashíaj trayendo paz al mundo)